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Virgen Peregrina de Fátima

Virgen Peregrina de Fátima
Historia del Santuario de las Apariciones
Papa Pablo VI
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Virgen Peregrina de Fátima


Cómo surge la peregrinación de la Imagen de la Virgen de Fátima (leer más)

Historia del Santuario de las Apariciones

 

Santuario de las Apariciones

Rúa Sor Lucía, 3, 36002 Pontevedra

Sor Lucía de Fátima fue testigo de apariciones de la Virgen
y el Niño Jesús en España

En sus primeros años de vida religiosa en España, Sor Lucía, vidente de Fátima, fue testigo de nuevas apariciones de la Virgen María y el Niño Jesús, quienes le pidieron extender la devoción del primer sábado de los primeros cinco meses del año en reparación al Inmaculado Corazón de María 

Tras las apariciones en Fátima (Portugal), Sor Lucía ingresó al noviciado de la Congregación de las Hermanas Doroteas en Pontevedra (España). Allí presenció varias apariciones de la Virgen y el Niño, la primera ocurrió el 10 de diciembre de 1925 en su habitación.

Según Emilio Rodríguez, presidente diocesano del Apostolado Mundial de Fátima, la Virgen María pidió a Sor Lucía que “extendiera la devoción de los cinco primeros sábados de mes”.
 
Esta devoción consiste en que, el primer sábado de cada mes durante cinco meses, la persona se confiese, reciba la Comunión, rece el Rosario y dedique 15 minutos a la oración para desagraviar el Corazón Inmaculado de María.
 
La Virgen prometió “asistir a quien realice la devoción de los cinco primeros sábados de mes, en la hora de su muerte, con todas las gracias necesarias para que se salve su alma”, explicó Rodríguez a ACI Prensa.

Sor Lucía contó de la aparición a su superiora, a su nuevo confesor y también a su antiguo confesor en Portugal. Todos le aconsejaron prudencia y esperar a ver si las apariciones se repetían.
 
La vida de novicia de la vidente de Fátima siguió con normalidad. Sin embargo, desde hacía algunos meses Sor Lucía se encontraba con frecuencia con un niño en los alrededores del convento.

Ella intentaba enseñar al pequeño a rezar el Avemaría y le animaba a que fuera a una iglesia cercana para rezar la jaculatoria: “Oh Madre mía del Cielo, dadme a vuestro Niño Jesús”.
 
El 15 de febrero de 1926 volvió a encontrarse con el pequeño y le preguntó si había rezado lo que ella le enseñó, a lo que el niño le contestó: “¿Y tú has propagado por el mundo aquello que la Madre del Cielo te pedía?”. En ese momento la religiosa supo que se trataba del Niño Jesús.

El Niño pidió a Sor Lucía hacer lo que su Madre le había pedido en su aparición: extender la devoción de los cinco primeros sábados de mes porque “muchas personas comenzaban esta devoción, pero pocas la terminaban”, explicó Rodríguez.

Sor Lucía habló con su confesor sobre estas apariciones y el sacerdote le hizo algunas preguntas, entre ellas, por qué debían ser cinco sábados. La religiosa pidió una respuesta al Señor que le contestó en una hora de oración ante el Santísimo Sacramento.
 
El Señor le explicó a Sor Lucía que “la devoción de los cinco sábados se debe a que hay cinco tipos de ofensas y blasfemias contra el Inmaculado Corazón de María”.

Estas blasfemias son:

– Contra su Inmaculada Concepción,

– Contra su Virginidad perpetua,

– Contra su Divina Maternidad al rechazar reconocerla como Madre de todos los hombres,

– Las ofensas de aquellos que tratan de sembrar públicamente en los corazones de los niños indiferencia o incluso odio a la Virgen y

– Las ofensas de quienes la ultrajan en sus santas imágenes.

En 1929 Sor Lucía se trasladó a la ciudad española de Tuy para seguir su formación en la Congregación de las Hermanas Doroteas. Allí también vio a la Virgen, pero esta vez con su Corazón Inmaculado entre las manos.

En esa oportunidad, la Virgen recordó de nuevo a la religiosa la importancia de reparar su Inmaculado Corazón a través de los cinco primeros sábados de mes.

El Convento de las Hermanas Doroteas de Pontevedra actualmente es conocido como la Casa Santuario del Inmaculado Corazón de María.

En 1948 Sor Lucía volvió a Portugal e ingresó en el Carmelo de Santa Teresa de Coimbra, como religiosa carmelita, donde murió en el año 2005 a los 97 años. En el año 2008, el Cardenal José Saraiva Martins inició su causa de beatificación.
 

Aprobación eclesial

Emilio Rodríguez, presidente diocesano del Apostolado Mundial de Fátima, explicó  que “el Vaticano ha reconocido estas apariciones como parte del mensaje de Fátima, por ser de la misma vidente”.

Uno de los momentos más importantes en el reconocimiento de estas apariciones fue la visita que el entonces Nuncio Apostólico en España, Cardenal Manuel Monteiro de Castro, hizo al convento de las Doroteas en el 75 aniversario de las apariciones en el año 2000.

Según explicó Emilio Rodríguez, el Nuncio “dejó por escrito su aprobación. Nos dijo que Fátima y Pontevedra se complementaban perfectamente porque seguía el mismo mensaje de la Virgen de 1917 en Portugal”.
 
En una placa en el convento se guarda esta bendición papal: “Su Santidad el Papa Juan Pablo II saluda con particular afecto al Apostolado Mundial de Fátima en España y a los participantes de la Semana mariana, organizada con motivo del 75 aniversario de la aparición de la Santísima Virgen a la hermana Lucía en el hoy Santuario del Corazón Inmaculado de María, en Pontevedra”

Papa Pablo VI

 

La imagen peregrina de la Virgen de Fátima es un regalo de Pablo VI a España en 1967. Y es que el papa Montini fue el primer pontífice que visitó Fátima para conmemorar el cincuentenario de las apariciones de la Virgen.

Pablo VI fue un gran devoto de María Santísima, por lo que constantemente habló en congresos marianos y reuniones mariológicas, visitó varios santuarios y publicó tres encíclicas dedicadas a la Madre de Dios.
 

Historia de las apariciones 

Las apariciones de la Virgen de Fátima se produjeron en Portugal entre el 13 de mayo y el 13 de octubre de 1917. Lucía dos Santos, de diez años, y sus primos Jacinta, de seis años, y Francisco Marto, de nueve años, relataron que en medio de una luz vieron a una Señora vestida de blanco en lo alto de la colina de Cova da Iria. Los niños aseguraron que se trataba de la Virgen María, la cual les pidió que regresaran al mismo lugar el 13 de cada mes durante seis meses. Los pequeños relataron que durante estos encuentros la Virgen pidió el rezo del Santo Rosario por la conversión de los pecadores y del mundo entero. 

En la noche del 12 al 13 de octubre había llovido toda la noche, y los peregrinos estaban empapados. Los niños llegaron al lugar de las apariciones poco antes del medio día. Lucía confió que la Virgen les dijo “Yo soy la Señora del Rosario”, les pidió que se construyera una capilla allí y les profetizó que la Primera Guerra Mundial pronto terminaría. Los aproximadamente 70 mil espectadores presentes pudieron ver el llamado ‘milagro del sol’: el astro parecía moverse, girar y precipitarse sobre la multitud. Concluido el milagro todos vieron que sus ropas estaban secas.

Según dijeron los videntes, la Virgen entregó también tres mensajes a Lucía. Estos mensajes se conocen como Los tres secretos de Fátima. El primer secreto mostraba una visión del infierno, mientras que el segundo hablaba de cómo reconvertir el mundo a la Cristiandad. El texto del tercer misterio se mantuvo en secreto por muchos años y sólo fue revelado por el papa Juan Pablo II el 26 de junio de 2000 y profetizaba el atentado contra su vida el 13 de mayo de 1981.

Francisco Marto y Jacinta fueron beatificados por el Pontífice polaco el 13 de mayo de 2000. Sor Lucía, quien se consagró como religiosa, falleció en 2005, a los 97 años, en el convento de las madres Carmelitas de Coimbra.

El Santuario de Nuestra Señora del Rosario de Fátima recibe anualmente cuatro millones de peregrinos.

Pablo VI y la Virgen de Fátima protectora de la Iglesia

En mayo de 1967, el Papa Pablo VI viajaba a Fátima con motivo del 50 aniversario de las apariciones y el 25 aniversario de la Consagración del mundo al inmaculado corazón de la Virgen. Un viaje en el que aprovechó para presentar su Exhortación apostólica Signum magnum, sobre la necesidad de venerar e imitar a la bienaventurada Virgen María, Madre de la Iglesia y ejemplo de todas las virtudes

A pesar de que uno de los indeseados frutos del Vaticano II, tal y como reconoció años más tarde el entonces cardenal Joseph Ratzinger, fue una cierta pérdida de la devoción mariana en la Iglesia, el Papa que capitaneó y concluyó el Concilio, Pablo VI, fue uno de los más firmes defensores y promotores de la protección de la Virgen a la Iglesia del tercer milenio. De hecho, por su expreso deseo el Concilio concluyó el 8 de diciembre, Fiesta de la Inmaculada Concepción, y no dejó de encomendar a María los frutos de aquel gran acontecimiento eclesial.

Una de aquellas ocasiones fue la que protagonizó, en mayo de 1967, durante su Viaje a Fátima (Portugal), con ocasión del 50 aniversario de las apariciones de la Virgen a los tres partecitos de Cova de Iría, y de los 25 años de la consagración del mundo al Inmaculado Corazón de María, tal y como la Señora había pedido en Portugal.

Advertencia profética

Ahora que la Santa Sede beatificó el 19 de octubre de 1914 al Papa Montini, cobran aún más sentido las palabras con las que, durante la homilía de aquel 13 de mayo en el santuario mariano de Fátima, Pablo VI recordó la incesante protección de la Virgen a la Iglesia.

De hecho, Pablo VI pidió ante todo por la Iglesia, con una advertencia que resultaría profética ante los posibles desvíos del Concilio Vaticano II: «Nuestra primera intención es por la Iglesia: la Iglesia una, santa, católica y apostólica. Queremos orar por su paz interior. El Concilio Ecuménico [que se había clausurado hacía sólo un año y medio] ha despertado una gran cantidad de energía en el seno de la Iglesia, ha abierto visiones más amplias en el ámbito de su doctrina, ha llamado a todos sus hijos a tener un conocimiento más claro, una más íntima colaboración y un apostolado más enérgico.

«A Nos, nos preocupa que tanto beneficio y tanta renovación se conserven y crezcan más. ¡Cuánto daño se haría si una interpretación arbitraria y no autorizada por el magisterio de la Iglesia transformase este renacimiento espiritual en una inquietud que disolviese su estructura tradicional y constitucional, que substituyese la teología de los verdaderos y grandes maestros por ideologías nuevas y particulares diseñadas para eliminar de la norma de la fe todo aquello que el pensamiento moderno, muchas veces falto de luz racional, no comprende o no acepta, y que cambiase el ansia aspostólica de caridad redentora, en aquiescencia ante las formas negativas de la mentalidad profana y de las costumbres del mundo! ¡Cuánta decepción causaría nuestro esfuerzo de aproximación universal, si no ofreciésemos a los hermanos cristianos, todavía separados de nosotros, y a los hombres que no poseen nuestra fe el patrimonio de verdad y de caridad del que la Iglesia es depositaria y distribuidora, en su sincera autenticidad y en su original belleza!»

Por una Iglesia viva, verdadera, unida y santa

Ante estas sospechas de infidelidad dentro de la Iglesia del postconcilio, el Santo Padre reclamó el auxilio de la Virgen, en el mismo lugar en el que la Madre de Dios se había aparecido a los hombres para recordarles la importancia de ser fieles a Cristo: «Queremos pedir a María -seguía Pablo VI- una Iglesia viva, verdadera, unida, y santa. Queremos orar para que las esperanzas y energías, suscitadas por el Concilio, puedan traernos, en larguísima medida, los frutos del Espíritu Santo, que la Iglesia celebra el día de Pentecostés y del cual proviene la verdadera vida cristiana; esos frutos enumerados por el apóstol Pablo: caridad, alegría, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza (Gálatas 5, 22 ). Queremos orar para que el culto y la adoración a Dios, hoy y siempre, conserven su prioridad en el mundo, y su ley dé forma consciente a las costumbres del hombre moderno. La fe en Dios es la luz suprema de la humanidad; y esta luz no sólo no debe apagarse en el corazón de los hombres, sino al contrario, debe re-encenderse en mitad de ellos, para el estímulo de su ciencia y su progreso».

Fátima, protectora de la Iglesia

Pablo VI aprovechó el viaje a Fátima para poner la Iglesia al amparo de María, y para recordar a los católicos que la Virgen es el «ejemplo de todas las virtudes», y a quienes los fieles le deben un culto sentido y medido. Lo hizo a través de su Exhortación apostólica Signum magnum, que presentó precisamente en ese 13 de mayo de 1967. En el documento, como más tarde pudo leerse, Montini explicaba que «María es la Madre espiritual perfecta de la Iglesia», no sólo por el mandato de Jesús en la Cruz, sino que también es «madre espiritual mediante su intercesión ante el Hijo». La Virgen es «la educadora de la Iglesia, gracias a lo fascinante de sus virtudes», pues «la santidad de María es un luminoso ejemplo de perfecta fidelidad a la gracia».

Para rebatir la supuesta mariolatría que algunas ramas protestantes criticaban en la Iglesia, el Papa mostraba cómo el ejemplo de María aparece en las páginas del Antiguo Testamento, del Evangelio y de la Historia de la Iglesia, y, cómo es «esclava del Señor desde la anunciación hasta su gloriosa asunción» y cuál y cómo es, por tanto, el culto y la gratitud que la Iglesia le debe a la Madre.

Además, y aprovechando la festividad de Nuestra Señora de Fátima, Pablo VI explicaba el mensaje mariano «de invitación a la oración, a la penitencia y al temor de Dios» e invitaba «a renovar, personalmente, la consagración al Corazón Inmaculado de María», pues «nos conforta la certeza de que la excelsa Reina del Cielo y Madre nuestra dulcísima, no dejará de asistir a todos y cada uno de sus hijos, y no retirará de toda la Iglesia de Cristo su patrocinio celestial».

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